Making Mexican Chicago: Desarrollo, desplazamiento y mexicanización del paisaje urbano

 
 

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En su libro, Making Mexican Chicago: From Postwar Settlement to the Age of Gentrification, Mike Amezcua nos ofrece un tour de force de la transformación radical del paisaje urbano de la ciudad de Chicago en la segunda mitad del siglo XX. A diferencia de otros acercamientos que han tendido a priorizar el conflicto racial y dinámicas de poder asociadas a la tensa relación entre sistemas de control blancos y comunidades afro-estadounidenses, Amezcua nos invita a repensar qué papel tuvo la comunidad mexicana y mexicoamericana en la consolidación de Chicago como una de las ciudades latinas más dinámicas de los Estados Unidos. Es decir, ¿qué es lo que convierte a Chicago en la ciudad con el tercer asentamiento más importante de mexicanos y mexicoamericanos del siglo pasado? ¿Y en qué formas nos permite entender qué tipo de proyectos de desarrollo urbano, políticas económicas y prácticas culturales son las que se consolidan como parte del proyecto estadounidense de la metrópolis moderna? 

Al romper no sólo la dicotomía del binario blanco y negro y una narrativa que se centra primordialmente en prácticas de resistencia o, por el contrario, de opresión, Amezcua nos ofrece un amplio panorama histórico de cartografías de resistencia pero también de complicidades y pactos de las comunidades mexicanas y mexicoamericanas para formar parte del desarrollo capitalista en distintas escalas y poder incorporarse a la máquina de poder del partido demócrata. El grupo “Amigos for Daley”, por ejemplo, usaba su influencia para gestionar el acceso a recursos indispensables para el bienestar comunitario. En su lugar, Amezcua explora una comunidad en transformación constante, cuyo desplazamiento fue impactado por múltiples olas de migración, deportaciones y guerras a lo largo del siglo pasado— desde la Segunda Guerra Mundial hasta la Guerra Fría, en conjunto con los diferentes procesos de deportación como la Operación Espaldas Mojadas o “Wetback” y la decadencia industrial y subsecuente transformación económica desde los 1950 hasta los 1990. A través de estos procesos, esta comunidad pacta de forma estratégica con diferentes agentes o intermediarios de instituciones gubernamentales, asociaciones civiles, comerciales y culturales, revelando así la complejidad de sus posicionamientos ideológicos, económicos, políticos y culturales. Cada una de estas apuestas representa los múltiples intentos de hacer de Chicago una ciudad propia; de forjar un sentido de pertenencia y al hacerlo mexicanizar una de las urbes más importantes de EEUU.  

En lugar de una descripción sumaria de los capítulos, enfatizo un par de aspectos puntuales que sirven como coordenadas para ubicarnos dentro de esta reconfiguración espacial urbana que Amezcua nos invita a contemplar. Primero, Amezcua abre la discusión con una reflexión indispensable de lo que significa la racialización del término “mexicano” como concepto. El que Chicago devenga mexicano señala precisamente ese proceso de racialización al que las comunidades mexicanas y mexicoamericanas fueron sometidas. Mexican como palabra deja entonces de denotar simplemente una nacionalidad y se vuelve una categoría etno-racial que señala también un sentido de inferioridad racial, un estatus legal—el ser indocumentado—, y una condición de no pertenencia; es decir, el estar de paso y no asimilarse, y, por ende, el ser desechable, desplazable y sujeto a deportación. A diferencia de las comunidades blancas, en particular las colonias de irlandeses, polacos, italianos, eslavos, checos y lituanos, la comunidad mexicana no compartía esa herencia cultural europea, esa emergente cultura de masas estadounidense del cambio de siglo o ese sindicalismo industrial que eventualmente les permitiría asimilarse a una idea de blanquitud con la que la diferencia etno-racial mexicana y puertorriqueña era incompatible. Esa “prietización”, por usar un término contemporáneo para abordar ese proceso de racialización que rompe con esa dicotomía de lo negro y lo blanco—o “browning” para utilizar el término de Amezcua—determina el tipo de espacios que las comunidades mexicanas y mexicoamericanas podrían ocupar, al igual que las exclusiones y violencias estructurales a las que se enfrentarían. Pero también determina el tipo de alianzas estratégicas y proyectos solidarios que entablarían con otras comunidades como la afro-estadounidense y boricua. Amezcua no romantiza las aspiraciones capitalistas y las ambiciones individuales y colectivas de las comunidades mexicanas y mexicoamericanas en su lucha por crear un sentido de inclusión política y económica. Al contrario, contextualiza el porqué a pesar de representar una amenaza para las colonias blancas en su lucha por la dominación de recursos escasos y espacios urbanos, estas comunidades pasan de ser desdeñadas y temidas a ser indispensables para contener el avance y asentamientos de poblaciones afro-estadounidenses. En efecto, Amezcua discute las múltiples veces que fungieron como muros de contención urbana entre barrios como Back of the Yards o el barrio de las Empacadoras comúnmente conocido como “Las Yardas”. Estos “muros mexicanos” fueron una estrategia de contención tanto cultural como económica.  

Asimismo, Amezcua nos ofrece un enfoque no precisa o exclusivamente en las élites y las instituciones que representan, sino en esos agentes intermediarios o “power brokers” que nos brindan un panorama mucho más complejo y dinámico de la manera en que las comunidades mexicanas y mexicoamericanas responden, negocian e intervienen en los diferentes proyectos de construcción, desplazamiento y demolición. Quizá el caso más representativo sea el de Anita Villarreal con el que Amezcua abre y cierra su libro. Villarreal era una agente de bienes y raíces, madre de seis hijos propios y dos adoptados, pero también era una agente intermediaria de la comunidad ante asociaciones de comerciantes y de bienes y raíces, así como municipales y de partidos políticos. Fue una gran agente de cambio y transformación del paisaje urbano del Chicago mexicano después de ser desplazada de su barrio, Near West Side, pasando por Pilsen, hasta terminar estableciéndose en South Lawndale transformándolo en el barrio conocido como “La Villita”. Candidata política, activista y emprendedora, Villarreal, de hecho, fue arrestada acusada de conspirar contra la ley estadounidense de migración en 1957. Ella junto con su agencia fue responsable por asegurar propiedades para rentar y vender a miles de familias mexicanas y mexicoamericanas migrantes y desplazadas desde 1946 que abre su primera agencia hasta finales de los 1990. Villarreal supo cómo comercializar con esos miedos raciales de propietarios blancos. Pero también fue defensora de personas deportadas, así como de familias amenazadas y eventualmente desplazadas por la demolición del barrio mexicano de Near West Side para la construcción de un campus en Chicago de la Universidad de Illinois, particularmente en la década de 1950 y principios de 1960. Amezcua apunta que 4,800 mexicanos fueron desplazados para la construcción de la universidad (59). Ya para mediados de 1960, Villarreal estaba establecida en La Villita, en un momento donde la población mexicana incrementó del 10% al 32% entre 1966 y 1968 (144). A mediados de 1980 se lanzó para consejera con una plataforma centrada en el individualismo y el poder comercial y aunque perdió las elecciones, su influencia con respecto a la creación de condiciones favorables para negocios y la realización de proyectos de remodelación y el desarrollo urbano como lo fue la construcción de un arco en La Villita siguió vigente, el cual visitaría el futuro presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari en 1991. Para Amezcua, Villarreal representa una figura compleja que apuesta por esfuerzos privados de revitalización urbana y apoya el crecimiento económico de pequeños comerciantes, así como una excelente comunicadora de los valores migrantes de trabajo y sacrificio como moneda política (215-216, 227). 

A través del libro, Amezcua aborda una multiplicidad de proyectos y planes de revitalización, transformación y desarrollo urbano. Un ejemplo concreto es el caso del barrio Pilsen, donde a finales de los 1970 varias organizaciones como Pilsen Neighbors Community Council y Pilsen Housing and Business Alliance lanzan una campaña para promover un “desarrollo sin desplazamiento”, lo que habla del esfuerzo comunitario para revitalizar el barrio, implementar un sistema de ayuda mutua y control comunitario y responsabilizar a los bancos, la ciudad y grandes propietarios y especuladores de bienes y raíces de sus acciones en dichas comunidades. En 1976 proponen el “Pilsen Neighborhood Plan”, con una visión completamente opuesta al plan Chicago 21 (un plan maestro de la ciudad creado en 1973) que básicamente promovía la gentrificación de Pilsen como un asentamiento primordialmente mexicano a uno hípster y yuppie blanco o la colonia de artistas encabezadas por especuladores como John Podmajersky y otros, el cual a finales de los 1970 decidió crear un tipo de enclave blanco en la parte este del barrio. Cuando Ronald Reagan llegó a la Casa Blanca, su administración introdujo una serie de políticas de privatización de la vivienda que impactaron sustancialmente a barrios como el de Pilsen y sus organizaciones comunitarias, cuyas prioridades políticas se vieron opacadas en la búsqueda de subsidios, abriendo así las puertas una vez más a los especuladores y al desarrollo de vivienda impulsado por el mercado. Esta perspectiva histórica de los planes de transformación de un barrio mexicano tan icónico como lo es Pilsen, nos recuerda una y otra vez las múltiples formas en que las comunidades mexicanas y mexicoamericanas han literalmente puesto el cuerpo como una medida de contención y respuesta ante las amenazas de intereses privados y gubernamentales de desplazar y “des-mexicanizar” el paisaje urbano de Chicago.

 

Casa Aztlán. Un mural en Pilsen, Chicago para el movimiento chicano. Crédito: Thorkild C. Bøg-Hansen (Wikipedia Commons)

 

Making Mexican Chicago interroga entonces cómo la comunidad mexicana se convierte en sobreviviente de esta ciudad posindustrial; es decir, cómo logra forjar una comunidad propia en condiciones de vulnerabilidad y precarización continua. Las áreas que ocupaban sufrían un abandono económico y una carencia de recursos, infraestructuras e incluso apoyo institucional de iglesias, sindicatos y representación en las oficinas gubernamentales. Es éste un aspecto que vale la pena destacar: no sólo se trata de un desplazamiento simbólico y material sino corporal. Por ende, cabe enfatizar el trabajo corporal, material y simbólico para frenar los ataques de desplazamiento e invisibilización. En el tercer capítulo, por ejemplo, Amezcua discute cómo es que la juventud mexicana y mexicoamericana en los 1950 se apropia de los esfuerzos de prevención de delincuencia de la “University of Chicago Settlement House”, rechazando la imposición de una agenda cultural enfocada en el pluralismo multi-étnico impulsada por trabajadores sociales que concebía a la comunidad como extranjera o nueva en su propio barrio. En su lugar, miembros de la comunidad se organizaron para realizar actividades culturales celebrando su herencia mexicana como reuniones familiares, actividades religiosas, bailes comunitarios y eventos deportivos con piñatas, tamalizas y hasta bandas de rock-and-roll, enfatizando así la vitalidad del barrio. Ya para las décadas de 1980 y 1990, como lo examina Amezcua en el sexto capítulo, la cultura juvenil empieza a desafiar las ideas tan arraigadas sobre la autenticidad y el nacionalismo del movimiento chicano para explorar otras formas de concebirse y expresarse por medio de la música, el muralismo y la literatura como lo fue la cultura punk o la obra de Sandra Cisneros. 

Con la pintada de los históricos murales chicanos de la Casa Aztlán en 2017 en Pilsen y el cierre de La Capilla en Las Yardas estamos una vez más ante una nueva transformación del paisaje chicaguense mexicano. En su momento, la construcción de La Capilla, por ejemplo, materializa más que un espacio espiritual, uno social, cultural y de movilización y organización comunitaria y política. A lo largo de Making Mexican Chicago, Amezcua demuestra a qué tipo de proyectos de desplazamiento e invisibilización se ha enfrentado la comunidad mexicana, particularmente en la segunda mitad del siglo XX; pero asimismo documenta con un mirada crítica y reflexiva cuáles han sido las respuestas de la comunidad mexicana y mexicoamericana. Es quizá ese acto de documentar a una comunidad criminalizada, invisibilizada e “ilegalizada” una de las mayores contribuciones de Amezcua. El archivo incluye documentos oficiales, memorándums y proyectos de planificación urbana y desarrollo, hasta fotografías y cartas personales, entrevistas e incluso expresiones culturales musicales no comúnmente asociadas con imaginarios mexicanos como lo es el punk. Amezcua nos recuerda qué tipos de prácticas y espacios contraculturales surgen al re-significar expresiones culturales que nos invitan a reflexionar sobre el papel tan fundamental que tiene el cuerpo al crear imaginarios que han expandido los mundos posibles y habitables del Chicago mexicano. Making Mexican Chicago es entonces un ejercicio crítico de reflexión histórica sobre el desarrollo y el desplazamiento pero también sobre la mexicanización del paisaje urbano chicaguense. 

Making Mexican Chicago: From Postwar Settlement to the Age of Gentrification (2022)

By Mike Amezcua

320 pages. The University of Chicago Press. $45.00


Manuel R. Cuellar es un profesor investigador de estudios literarios y culturales con un enfoque en raza, género y sexualidad en la Universidad de George Washington. Su investigación se centra en el análisis de cuestiones relacionadas al performance, particularmente con respecto a la danza, indigeneidad y negritud en México, incorporando trabajo de campo etnográfico, de archivo y de estudios de náhuatl, tanto el clásico como el contemporáneo. Su libro, Choreographing Mexico: Festive Performances and Dancing Histories of a Nation (UT Press 2022), explora el papel de la danza regional mexicana e indígena en los procesos de formación ciudadana, políticas públicas y proyectos culturales masivos en las primeras décadas del siglo XX. Su trabajo ha sido publicado en Performance Research, A Contracorriente y Mexican Transnational Cinema and Literature.

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